Este fue mi peor año lector. Solo terminé una novela (Piranesi, de Susanna Clarke) y uno que otro cuento. De milagro estoy al día con Berserk.
Me gustaría decir que la culpa la tuvo el trabajo, pero estaría mintiendo, porque tiempo-tiempo tuve, pero lo malgasté leyendo basura en Internet.
“Basura” en este contexto significa mugre generada por granjas de contenido o blogueros “expertos” en SEO. No sabría decirles cuánto tiempo pasé pegado a la app de noticias de Google leyendo “recomendaciones” o haciendo lectura veloz de artículos mediocres.
A veces, cuando encontraba un artículo que me parecía interesante, estaba detrás de un muro de pago o era, en sí mismo, una colección de lugares comunes y refritos. Internet se estaba volviendo aburrido.
Hoy, en general, este último me parece desesperadamente monótono. Para qué hablar de las RRSS “tradicionales”.
La irrupción de Mastodon en la opinión pública me llenó de esperanzas porque me hizo pensar en una red fundamentada en comunidades de usuarios muy parecida a la internet de mi infancia:
un espacio virtual libre – más libre, por lo menos -, de influencias externas como la publicidad, las tendencias o los famosillos del momento.
Incluso, como escribí el día que me uní (entonces, en mi primer servidor) me dieron ganas de volver a abrir y mantener un blog. Quizás, me dije, volverán los días de leer y escribir en largo.
Es temprano para las resoluciones de año nuevo, pero espero que el 2023 me encuentre con la suficiente claridad mental para entender que es hora de abandonar la costumbre de buscar algo de valor en el feed de Google y en Google propiamente tal.
Hace años que tengo pendiente releer el Silmarillion. Me urge, también, volver a Narnia y Terramar. Tengo tantas cosas importantes que leer y otras tantas que escribir.
Ojalá podamos.
Ojalá.